¡Llegó la hora de la autonomía de las luchas sociales!
Cuando se suman una gravísima dolencia, atención médica
condicionada a miopes decisiones políticas, y un paciente alucinado de poder,
solo cabía esperar este final: el caudillo ha muerto, con lo que tenemos un
cambio sustancial en la escena política venezolana.
En un instante, lo que fue mayor fortaleza del régimen se
convierte en su debilidad esencial: Chávez lo era todo y, al faltar, sólo queda
conjurar la fidelidad absoluta hacia su recuerdo con la obediencia a sus
disposiciones sucesorales, evidenciando lo endeble de un gobierno que buscó
reforzar su supuesto carácter “socialista y popular” con la práctica de un
grotesco culto a la personalidad, ahora convertido en vacía invocación a las
ánimas. El propio occiso es el principal responsable de este desenlace. El
secretismo que rodeó a su enfermedad era movido por los mismos resortes de la
centralización extrema del poder, lo que a falta de coherencia ideológica
interna deja a sus seguidores enfrentándose entre sí por la herencia del mando,
con clara ventaja para los altos burócratas rojos-rojitos y la casta militar,
en labores de negociación asegurando impunidad para sus corruptelas.
En cuanto a la oposición de derecha y socialdemócrata, la
nueva situación les encuentra sin haber superado las derrotas en las
presidenciales del 7-O y las regionales del 16-D, comicios en los que se habían
comprometido con abultadas ilusiones y con la oferta de un “populismo sifrino”,
jurando a los votantes mantener y ser eficientes en el uso de los instrumentos
clientelares que tanto le valieron a Chávez. Ahora, esta oposición acomodadiza
quiere creer que una fortuita metástasis por fin ha puesto a su alcance el
ascenso a ese poder político del que sus ambiciones, errores, pereza e
incompetencia los ha alejado por largos años, poder que ejercerían con similar
necedad y afán depredador al que ha practicado la boliburguesía chavista.
Frente a ese cuadro de cálculos mezquinos y oportunistas,
que iguala al Gran Polo Patriótico y la oposición de la Mesa de Unidad
Democrática, tenemos la grave situación del país: inflación desbocada,
creciente desempleo y precariedad ocupacional, devaluación monetaria, espantosa
inseguridad personal, crisis en los servicios de agua y electricidad, educación
y salud por los suelos, falta de viviendas, obras públicas obsoletas o en
ejecución atropellada, atención sólo demagógica para las extremas carencias de
los más necesitados, y un etcétera que no por largo es menos nefasto.
Esos problemas no son la preocupación central de los dos
bandos en contienda por la Silla de Miraflores y el botín petrolero. Por ello,
nuestra respuesta colectiva debe despreciar su chantaje de exigirnos respaldo
electoral a cambio de soluciones que nunca llegan o son ridículamente
incompletas. Esta es la hora de desbordar a esas cúpulas podridas y construir,
desde abajo con igualdad, justicia social y libertad.
Hay que potenciar la indignación generalizada por la situación que padecemos,
convirtiéndola en luchas sociales autónomas, extendidas y autogestionadas,
diciendo claramente a los políticos del poder que no los necesitamos como
intermediarios u otorgantes graciosos de lo que desde abajo y unidos podemos
cosechar, sin necesidad de “manos blancas” o “boinas rojas”.
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